El presidente de la Academia, dejando de lado su devota y exclusiva dedicación al mundo del entretenimiento, se tomo unos bien merecidos días de vacaciones para explorar, entre otras cosas, la rica herencia musical cubana y los efectos sociales, económicos y culturales de la Revolución en tierras de Fidel. Los desventuras de su viaje, una montaña rusa de sensaciones únicas, incluyendo exploraciones naturales de increíble belleza; el asedio por parte de múltiples redes de timadores; ritmos afro-cubanos como banda sonora y el continuo escapar de unas condiciones climáticas un tanto hostiles se relatan a continuación. Agárrense los machos!!!
Si por los prolegómenos de un viaje, uno pretende anticipar como va a desarrollarse el mismo, era fácil predecir que mi viaje a Cuba no iba a carecer de estrés: la pérdida del primer vuelo Londres-Madrid en pleno “bank holiday” con vacaciones escolares de fin de trimestre no auguraba nada bueno. Y de no haber sido porque haciendo gala de mi hipertrofiado sentido practico, había decidido matar dos pájaros de un tiro, haciendo una parada inicial de tres días en Madrid para ver a familia y amigos; la experiencia Cubana hubiera terminado antes de empezar. Una acumulación de despistes, el habitual pobre funcionamiento del metro londinense y otra serie de elementos se conjuraron para que mi llegada a Gatwick se produjese en el mismo momento en que el mostrador de facturación había cerrado, comenzando un vía crucis que me llevo infructuosamente por los mostradores de todas las compañías aéreas con vuelos a la capital en busca de billete. Los de información de British me aseguraban que en ese fin de semana no quedaba nada para Madrid, donde el domingo debía coger el vuelo para La Habana. Varias horas, un cambio de aeropuerto, una inscripción en lista de espera por si alguien no se presentaba, una seria recriminación por parte de la dependienta de Iberia que por poco consigue que me derrumbe moralmente en mitad de Heathrow y dos intentos frustrados de abordaje mas tarde se produjo el milagro de conseguir que me readmitieran en otro de sus aviones. Misión Cuba salvada….de momento!!
Tras tres días de reglamentario engorde hispano vía comilonas familiares, juergas con amigos y demás parabienes con los que se me agasaja en mis visitas de hijo pródigo que regresa al hogar y ocho horas de plácido vuelo amenizado por: 1) Naomi Watts y Edward Norton en su última y muy digna película, la adaptación cinematográfica del clásico de Somerset Maugham “El velo Pintado”. 2) La guía Time Out de la Habana. 3) la excelente selección de Mp3s contenidos en el reproductor con el que ciertos miembros honorarios de la Academia en Madrid–gracias Braulio Y Carola- me obsequiaron y 4) por las idas y venidas de la comunidad gallega, nuestro pueblo mas viajero y universal que mayoritariamente ocupaba el avión; la humedad endémica que me hizo empapar la camiseta nada mas salir del avión me daba la bienvenida a latitudes tropicales, alrededor de las 8:30 de la noche.
Un dramatizado escrutinio de VISA y documentos –los guardias encargados parecían seleccionados por la capacidad para asustar de sus facciones- y voila, salir al lounge del aeropuerto, y un grupo de taxistas a la caza del viajero me asalta. Uno de ellos se intenta ganar mi confianza llevándome al piso de arriba a los cajeros sin largas colas y tras el cambio, nos vamos en su taxi, donde tras hacerme las preguntas de rigor, “¿tú porque vienes a Cuba?”, me empieza a soltar un rollo propagandístico sobre los logros del régimen, que suena mas a ciencia ficción que a realidad. El destartalado taxi que conduce no parece estar en consonancia con su chalet de 400 metros cuadrados donado por el Estado. Llegamos al hotel, en la zona nueva de Vedado y, la primera en la frente, me cobra un importe a todas vistas abusivo. Recuerdo que he de armarme de paciencia, que los cubanos cobran un sueldo que les sitúa en el umbral de la pobreza y han de buscarse la vida como sea y pago sin oponer mucha resistencia.
A pesar del cansancio, decido dar una vuelta y bajar al Malecón, para dar un “romántico paseo marítimo” de reconocimiento. Nada mas salir por la entrada del hotel los característicos jineteros (buscavidas que se lanzan a la caza del turista como todo tipo de intermediarios/promotores/guías a cambio de algunos pesos convertibles), uno se pone pesado e insiste en llevarme a un excelente bar, el mas popular los Domingos, con mojitos, cervezas, chicas y aire acondicionado y todo!! La insistencia se cae por su propio peso al llegar y ver que esta vació. Me desprendo de el como de la peste y bajo hasta el malecón para descubrir un improvisado escenario en el que se esta celebrando un festival con nuevas bandas (en concreto veo el final de una prometedora formación de hip-hop y un mucho mas previsible conjunto salsero). Buen ambiente, gente cubana guapa y modernamente vestida. (¿Será exageración todo lo que cuentan sobre la pobreza, la falta de ropa, etc.?) y una gruesa presencia policial circundando el recinto.
Continúo la bajada por el paseo marítimo, inundado de gente considerablemente menos moderna, mayormente joven, como si no fuese fin de domingo, varios kilómetros hasta la zona Vieja y el Castillo. Las hordas jineteras no tardan en atacar. Los más rupestres gritan tu nacionalidad al aire con un asombroso porcentaje de acierto, sólo dos piensan que soy italiano. Los mas sofisticados, te saltan al paso, te dan la mano y te preguntan cuanto tiempo llevas en la Habana, si tu respuesta equivale a un periodo corto, intentan por todos modos convertirse en tu emisario urbano particular, ofreciéndote cubanitas, drogas (los madrileños siempre vienen buscando farlopa, me cuenta uno), llevarte al sitio con mas marcha de la ciudad. Una negativa solo conduce a una nueva oferta, hasta que llegan al punto de saturación o a descubrir que es lo que te movería a empezar a abrir el billetero. Todos repiten la misma cantinela, todos ofrecen lo que sospechan que un europeo caminando solo por las calles de la Habana puede desear. No admiten un no por respuesta y no entienden que ninguna de sus ofertas te sea atractiva.
En los ocho kilómetros de ida y vuelta, apenas consigo una primera impresión decente de la ciudad, distraído por los múltiples locales con sus intentos, peticiones y ofrendas arrojados a mi camino. Al tercer intento, dejo de espantarlos y cedo a que uno, particularmente simpático, insistente y con increíble pinta de sabandija urbana, me acompañe en un largo paseo en el que me explica la precaria situación de sueldos en Cuba, tras el cual, al ver su infructuoso resultado, intenta convencerme para que al menos le pague un “planchaíto” para cenar (así llaman al montao de lomo) en una de las terrazas cercanas a la Habana Vieja. A la vuelta su banda me tiene preparada “la tentación” al alcance, con cuatro chiquitas de entre 14-21 años a las que me presentan, dándome a escoger, “sin timidez.. que puedo tocar la mercancía”. La cosa sobrepasa mis márgenes de tolerancia y prometiendo que en los próximos días sin falta organizamos fiesta; tomando teléfonos y direcciones, escapo espantado.
Más arriba, volviendo al hotel, la nada alegre supuesta zona gay está plagada de todo tipo de gentes que echan para atrás; presupongo no tardarían ni cinco segundos en subirse a mi chepa con múltiples tretas. Tras el extenuante asedio anterior intento evitarla, con la improvisada ayuda en un sonero que se gana la vida paseando su guitarra y sus canciones. Me busca un atajo para volver al hotel, poniéndome en antecedentes de los múltiples peligros que acechan al turista, como si no acabara de padecerlos en mis propias carnes. Se ofrece a alojarme o alimentarme los días siguientes en su casa, no sin antes explicarme su triste situación familiar y asegurarme que es de los pocos cubanos honestos que quedan en la Habana. A pesar de parecer sincero no termina de convencerme y le doy esquinazo una vez llegado al hotel. Sus palabras de advertencia serian premonición de lo que al día siguiente sucedería.
No queriendo volver al hotel con mal sabor de boca, me dirijo a tomar una cerveza a la zona del Cine Yaré, dos cuadras (medida especial utilizada por los lugareños, que en teoría equivaldría a una manzana, pero que se aplica imaginativamente acortando en numero cada vez que te indican alguna dirección) mas allá, donde la todavía medio clandestina actividad gay se gestiona. Por lo que se ve, no existe ningún bar/club oficial porque el gobierno de Fidel, a pesar de haber disminuido su política represiva, no lo tolera. Por lo tanto, cada día se organiza una fiesta en algún punto distinto de la ciudad, y el modo de llegar a ella es preguntando a los locales que merodean por ahí y cogiendo un taxi al lugar, que casi siempre es un rotundo timo. A pesar de mi malsana curiosidad, el cansancio, la falta de gente a quien preguntar y el hecho de que mi sentido de la aventura, tras el rodeo inicial, ha disminuido bastante hacen que desista de probar. Sin embargo, otro personaje se percata de mi presencia y saluda levantando la mano desde el otro lado de la calle, donde está comprando un helado en un puesto callejero al lado de la hoy cerrada y emblemática heladería Coppelia –verdadera institución nacional y curioso edificio de los años treinta-. Cruza y se presenta. Israel se llama, es músico, toca el teclado en una banda pop/salsa contemporánea…Vamos a tomar una cerveza a la terraza de un hotel vecino, donde el camarero es su colega. Curiosamente no intenta que le pague nada, ni le invite con lo que ya tiene unos cuantos puntos de crédito ganados. Su acento lleno de gracejo, dejadez típica y su buena presencia juegan a su favor. Sin mucha insistencia se ofrece a llevarme al semi clandestino club, pero es la una de la madrugada, el sitio esta a media hora en taxi y cierra a las tres. Decido que no merece la pena. Me cuenta que los cubanos tienen la entrada prohibida en los hoteles, que son solo para turistas o personalidades del mundo de la cultura y la política. Insinúa que conoce un sitio donde tienen habitaciones y podemos ir. Afortunadamente decline la oferta contándole que no vengo a hacer turismo sexual, que sólo me interesa conocer gente y hacer amigos. Mientras, trapichea negociando un reloj recién “conseguido” con el camarero. El nivel de trapicheo en La Habana sobrepasa el de nuestros tiempos de estraperlo. Intenta ajustar el precio, diciendo que anda corto y que aún tiene que comprar el jabón de afeitar y el “Fa” (así llaman al gel, posiblemente porque sea la única marca disponible en las mal suministradas estanterías de las tiendas). Después me entero que los productos de higiene se les vende a los cubanos en pesos convertibles (la moneda para los turistas, que equivale al euro y sustituyó el trafico con dólares), no en pesos cubanos (moneda en la que reciben sus salarios y con la que solo pueden comprar productos esenciales como frutas y verduras en mercados locales). Un sueldo de un medico es de 300 pesos cubanos, que equivale a unos 20 pesos convertibles. El precio de un bote de gel de baño es de unos 2 pesos convertibles, es decir el 10% de todo el salario medio de un mes. Si se aplica esta ecuación a una larga serie de productos de uso cotidiano –incluyendo la ropa, que aquí es casi siempre de segunda mano y por la que se paga en convertibles también y se hacen cuentas, se puede hacer uno a la idea de lo mucho que le cuesta a un cubano el cubrir necesidades tan básicas como el aseo diario. Si a eso unimos el incómodo y casi perenne calor húmedo y un natural sentido de la vanidad bastante pronunciado, la mezcla es cuando menos explosiva. Me despido acto seguido y regreso al hotel; antes de lo cual Israel se autoerige como guía para al día siguiente mostrarme la ciudad. Me da su número de teléfono y yo le doy mi número de habitación.
El lunes me levanté temprano, sin signo aparente de jet lag y decidí irme a correr. Volví al Malecón que de día y bajo el radiante sol descubre toda su derruida belleza. Casi vació , poblado solo por algunos pescadores, otros corredores –la promoción del deporte es parte fundamental de la vida fomentada por el régimen, esto junto a la parca alimentación deben de ser responsables de la más que notable apariencia atlética del cubano medio- y todo tipo de autostopistas intentando conseguir que uno de los compartidos y escasos coches que circulan les lleven a su lugar de trabajo, sin tener que recurrir a las aún mas escasas guaguas, lo más parecido a una lata de sardinas humana que he presenciado jamás. Los antidiluvianos tubos de escape de los coches Habaneros echarían por tierra hasta los puntos más básicos del tratado de Kyoto y en consecuencia, la ciudad esta bastante contaminada y se respire un tradicional y a veces casi enfermizo olor a diesel y humos de motores reparados hasta la saciedad. Los 100 puntos de castigo por las pestilentes humaredas de los automóviles de algún modo se contrarrestan en la huella de carbono que emite la ciudad gracias a la habilidad para el reciclaje –los Chevrolets, Chrystlers, Oldsmobiles y demás coches clásicos Americanos aún circulando milagrosamente por las calles en mejor o peor estado, aportan parte del look típico Habanero y asombran a propios y extraños por el mero hecho de su conservación, sin que dueños hayan tenido acceso a piezas de recambio tanto por el embargo como porque dejaron de fabricarse muchas décadas atrás.
En Vedado es donde se aprecia más vivamente la influencia estética y cultural que Los Estados Unidos dejaron en la isla previamente a la revolución, tan abundante que en la zona centro La Habana tiene su propio Capitolio, utilizado hoy por hoy mayormente como museo y atracción turística. El Malecón es la viva imagen de Miami Beach, con su esplendor art decó y sus torres hoteleras antiguas, reflejada en un espejo viejo, cascado y manchado por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento. En él se deja entrever todo el esplendor que la isla tuvo las primeras décadas del siglo XX. Trazados típicamente americanos de Gasolineras, grandes hoteles…dan lugar a la derruida zona centro, donde las fachadas se cayeron a cachos y solo quedan las estructuras centrales de la mayoría de los edificios, aun utilizados como viviendas. La decadencia del Centro da paso al Castillo de San Salvador de La Punta Fortaleza del siglo XVII que frente a su hermana gemela “El Morro” Fortaleza que ocupan los bordes opuestos de la Bahía. A esta altura los edificios derruidos han dado ya paso al extrarradio de la reconstruida, histórica y fascinante parte vieja de la ciudad. El esplendido y ajetreado edificio barroco de la Embajada Española casi flanquea uno de sus límites. Las colas de quienes, avalados por un familiar ya en otras tierras, pretenden iniciar el dificultoso y largo proceso para obtener permiso de emigración son imponentes.
Vuelvo Malecón arriba corriendo al hotel, donde me esperan una ducha, un mensaje de Israel diciendo que no puede venir porque su hija (¿?) se ha puesto enferma y un buffet desayuno tan completo como poco apetecible (salvable el café y la fruta, todo lo demás son especie de sucedáneos de los típicos productos que encontrarías en cualquier otro buffet de cualquier otro hotel del mundo; la imaginación vuelve a utilizarse para suplantar a la calidad). Dejando con total cautela todas mis pertenencias de valor en la caja de seguridad, por la que el hotel te cobra religiosamente, vista la proliferación de amigos de lo ajeno que domina el ambiente, y dejando también aviso de la hora a la que volveré porque en lugar de pagar al hotel directamente, he de hacerlo a un representante que manda la agencia sin previo aviso, me dispongo a comenzar mi exploración de la ciudad. Nada más atravesar el umbral de la puerta, alguien se presenta como el “hermano” de Israel, que viene a sustituirle porque el no puede venir. El tipo no me termina de convencer y declino su oferta para guiarme, un minuto después otro individuo se presenta como el guía local que le corresponde al hotel, se pone pesado y también le doy de lado. El camino a la parte histórica de la ciudad, atraviesa la derruida y vital zona centro, y en los veinte minutos que se tarda en recorrer de un punto a otro parece que consigo que nadie me salga al paso. En cuanto llego a los bordes con la ciudad histórica, en la plaza de los hoteles de lujo y el teatro Nacional, vuelven a la carga, esta vez en forma de dúo chica-chico, Maria y Daniel, que me instan a que deje lo turístico para el final, que a ellos les gusta acompañar al visitante para hacer “turismo imaginario” y mostrarles la verdadera cara de Cuba. Tras inquirir mi procedencia madrileña y contraatacar con las típicas frases estereotipo, “De Madrid al cielo” se dice me apartan de mi planeado recorrido y nos adentramos de nuevo en la derruida zona centro. El afamado arte para la conversación que profesan los cubanos cobra aquí una nueva dimensión, a modo de sutil interrogatorio a dos bandas.
Me muestran los Camellos (antiguos trailers blindados convertidos en autobuses para dar cabida a mas viajeros, y aún así totalmente insuficientes para responder a las necesidades de la ciudad); una plaza con un Mural del artista Sebastián, responsable también de murales y decoración del callejón de Hamel, lugar de reunión de rumberos –es decir músicos que tocan rumba en versión caribeña, no su vertiente lolailo con la que se nos castiga por nuestros lares-. Me muestran un edificio cuya torre tiene cierto parecido con la del de Correos en Cibeles, una iglesia derruida a la que llaman Catedral y me llevan a una tienda de abastecimiento en las que el gobierno reparte las limitadísimas cantidades de comida que corresponden por persona y cartilla de racionamiento; oscuras, desoladoras y rara vez repletas de algo más que alguna fruta, verdura, arroz… La visión de una octogenaria “abasteciéndose” hace que se me caiga el alma a los pies. Visto lo progresivamente cutre de los sitios a los que me llevan, en plena campaña de desarme psicológico, intentan reforzar mi confianza contándome la legendaria estadística sobre el bajo, casi inexistente, nivel de crimen violento en la Habana, que allí todo “sin violencia”. En ese momento me sugieren que tomemos un mojito, yo les digo que a pesar del calor, a las 11:30 de la mañana es un poco pronto para empezar con el ron, a lo que contestan que por la mañana los mojitos se hacen sin alcohol. Primer timo del día, termino pagando una ronda de zumo de limón con hoja de menta a precio de coctel de lujo. Si vas con Cubanos a cualquier sitio, se asume que a) tu pagas. B) eres un pringao, por lo que se suele cobrar extra de ingenuidad. Ante mis quejas sobre lo elevado de la cuenta, me empiezan a hablar de los “chavitos”, de que yo estoy pagando con pesos convertibles y todo me sale un 25 por ciento más caro, que debería cambiar para pagar lo mismo que los cubanos –La confusión inicial con la doble divisa es lucrativo pasto para embaucar incautos-. Insisten también, que “al cambiar a chavitos, ayudo a la gente local a conseguir más cupones en sus cartillas de racionamiento, y se les hace mucho más llevadera su existencia. Que así todos ganamos”. Se sorprenden de que la gente de la agencia no me haya explicado cómo funciona todo, luego descubriría el por qué…
El timo del mojito light tiene lugar en el bar de Egrem, la compañía que administra y distribuye la música en Cuba; por lo que su bar, al lado de sus oficinas, se me antojaba curioso. Por la noche, aparentemente, hay actuaciones de las últimas estrellas de la música nacional. Sin embargo, los videos que muestra sin parar la pantalla del patio no prometen demasiado: una mezcla de jovencitos salseros de rango bastante vulgar compiten con nuevas estrellas del reggaetón local, que han tomado lo peor del movimiento que asola por doquier el mundo latino, sin parecer aportar ninguna de las tradicionales virtudes musicales de la isla. Aquí María y Daniel ya están investigando mis planes, ¿a qué sitios voy a ir? Sugiriendo donde llevarme. Yo, ignoro sus propuestas, les cuento que quiero salir para Viñales al día siguiente y, a pesar de mis intentos de quitármelos de encima, se ofrecen a llevarme a la compañía de autobuses para sacar el billete. Me empiezan a apurar diciendo que hoy comienza “La gran fiesta de la salsa” y todo está a punto de cerrar por tres días. La excusa de la gran fiesta sirve de base para otros timos de los que conseguí escapar tanto entonces como en posteriores ofrendas. Cómo por mucha reticencia que muestro, no me los sacudo de mi lado, me decido a hacer que su estancia sea un poco menos llevadera, y comienzo mi personal safari fotográfico. El paseo es largo y en cada esquina encuentro una excusa para parar, enfocar, encuadrar y fotografiar; bajo un sol de justicia y un sentimiento de ansiedad cada vez más patente en sus caras. Cuando me dispongo a tirarles una foto, me lo impiden; me dicen que por motivos religiosos no se les puede fotografiar hasta las tres. Yo ya me olía que son timadores profesionales y esto me lo confirma. Les pregunto no obstante por los ritos de la Santería, de los que apenas me saben contar una o dos ideas. Llegamos a la estación y me llevan a un cubículo que parecen las oficinas de la compañía de autobuses Viazul, por la tarde cuando volví para comprar el billete descubrí que solo era un stand promocional que, al tener forma de oficina, utilizan para convencer a las víctimas de que está cerrado. Un joven mulato aparece, haciéndose pasar por el recepcionista de la compañía, vuelve a recordar que ya han cerrado todo por la gran fiesta de la salsa y pretende que nos metamos en un bar para que el me ponga en contacto con la persona que al día siguiente me dará el billete. Yo, que ya estoy harto y no tengo ganas de pagarle la comida a tres personas más, digo que no quiero tomar nada y que o consigo el billete o me voy, que no me apetece perder más el tiempo. Me da el nombre de un contacto y me muestra la sala donde he de ir por la mañana para sacar el billete (obviamente les faltaba alguien para completar el timo), sitio este que resulta ser la sala de espera.
A pesar de que empiezan a ver que no van a sacar nada y yo empiezo a ponerme nervioso, ellos siguen acompañándome, es en este momento cuando debí de utilizar como excusa que necesitaba volver al hotel porque el representante de la agencia me estaba esperando (O eso, o alguien del hotel estaba compinchado con el personaje que aparecería poco después en la misma puerta, haciéndose pasar por dicho representante, a quien debía de pagar la reserva de las dos primeras noches). Antes vuelven a insistir que cambie en chavitos y me llevan a lo que irónicamente llaman una “Tienda de recuperación de divisas. De entre varios puestos cutres sale un dependiente negro, de los que no infunden precisamente confianza, yo empiezo a no sentirme seguro, y le digo que solo llevo veinte pesos convertibles encima. Para mi sorpresa, el dependiente no pone buena cara; me dice que vaya al hotel a por mas, que mínimo 100, intentando sonsacarme la cantidad total de dinero de la que dispongo e incitándome a cambiar, para hacerlo todo de una vez “que es más ventajoso”. Yo digo que de momento no quiero, que ya me lo pensaré. En ese momento me despido de todos. María me pide que le de algo para comprar leche a su niño (días después descubro que el suministro de leche está garantizado para todos los niños, aunque hay quien dice que solo hasta los cuatro años), le doy un par de pesos como acto final para desembarazarme de la carga y me voy al hotel, con una sensación de haberme librado “por los pelos” de la avalancha de tocomochos con la que me han agasajado.
No tuve tiempo ni de entrar, alguien haciendo ademán de salir del hotel se presenta como el representante de la agencia, me dice que vayamos a tomar algo. Tras la cortesía inicial vuelve a sacar el tema de los “chavitos”, me pregunta que si no he cambiado aún que es mejor hacerlo, todo me saldrá un 25% más barato y además ayudo a la gente cubana a conseguir más cupones de racionamiento. Me dice que si quiero que él me lleva a cambiar y me cobra el hotel en chavitos para me salga todo más rentable. Adeudándole el importe de la habitación y habiéndose ganado mi confianza, vuelvo al hotel para sacar más dinero de la caja de seguridad. Aún así, mi instinto previsor –obviamente con la guardia baja, pero no totalmente fuera de juego- hace que saque solo la mitad (200 libras cambiadas en pesos convertibles), por si acaso. El presunto representante me lleva a cambiar, después a un cutre bar local; se excusa y dice que va al servicio mientras yo voy pidiendo dos cervezas cuando alguien me dice que ha salido corriendo. En ese momento se me caé el alma a los pies. Me han timado, pero bien. Explico lo que ha pasado a la gente del bar y uno de los rudos clientes me cuenta que los pesos cubanos no valen nada, solo sirven en supermercados locales para comprar leche, vegetales y poco más. Me dice que me invita a la cerveza, para acto seguido pedirme que le de los pesos cubanos a él, que a mi no me sirven para nada y con ellos el puede comprar leche para su niño. Yo que ya no me fió de nadie, me niego, le doy un billete de cinco por la cerveza y me voy. Veo que allí no importa mucho hacer leña del árbol caído. Los 500 pesos cubanos al cambio sólo suman 20 convertibles (lejos de los 350 que perdí), pero no carecen totalmente de valor.
Vuelvo al hotel, explico lo que ha pasado en recepción, llega el encargado de seguridad y me aconseja que vaya y lo denuncie a la Policia. La comisaría más cercana está a “cuatro cuadras”, que se convierten en veinticinco minutos de laberíntico callejeo. Al llegar le digo al armado gendarme de la puerta lo que ha ocurrido y me deja pasar. Dos nada apresurados agentes andan por allí mirando musarañas y conversando pausadamente, me hacen esperar un rato, hasta que me invitan a pasar y les explico los eventos. Se miran el uno al otro. Silencio sepulcral por unos minutos. Uno de ellos me informa que yo he cometido un delito por “cambiar dinero en la calle”. Intento explicarle que no se trata de eso, que fui convencido por alguien a quien debía dinero. Que ya había cambiado en el aeropuerto, etc. etc. No atiende a razones. Me saca fuera y busca alrededor del edificio a un superior que no parece estar en ninguna parte. Una hora de total incertidumbre mas tarde, me dice que comprende que soy una victima, pero de acuerdo con la ley Cubana también soy un criminal, y que no sabe como “podemos arreglarlo”. Mi tensión un poco ya fuera de los límites permitidos por la OMS se desbordó y bastante revolucionado comencé a casi vociferar exclamando qué tipo de extorsión era esa; que me habían robado todo mi dinero y aunque quisiera pagarles que no podía; que exigía inmediatamente ayuda legal y llamar a la embajada española. Debí de estar convincente, porque en el acto me dieron el teléfono de la embajada y me dijeron que me dejaban marchar. Eso sí, en un intento claro de mantener esas míticas cifras de delito tan bajas, se negaron a imprimir informe alguno, con la excusa de no tener electricidad con lo que no pude reclamar nada al seguro.
Completamente indignado y con el miedo a Dios en el cuerpo, veo al salir a dos chicas alemanas que llegan llorando porque les han quitado todo su dinero. El guardia de la entrada que me recibió me anima a probar una cubanita, que así seguro se me pasa la mala experiencia. Al día siguiente, como en el poema del hombre que se preguntaba si “habrá alguien en el mundo más desdichado que yo”, hallé la respuesta cuando un chico vasco en el hotel me contó que había salido de marcha la noche anterior a la “Casa de la Música”, una chica le tiró los tejos, se enrollaron y a la hora del “¿dónde vamos?” con la misma excusa de que los cubanos no pueden entrar en hoteles, y suelen vivir en casa con familias numerosas o compartiendo con muchos inquilinos, le dijo que conocía un sitio donde pagando unos pocos pesos…Allí fueron, sólo para descubrir poco después que la chica le había robado la cartera con todos sus documentos. Al denunciarlo, la policía le informó que había incurrido en un delito de prostitución y le multaron con 1000 convertibles (unos 900 euros). Sin duda la cubanita le dejo una huella indeleble.
En pleno estado de emergencia personal, volví al hotel, donde, irónicamente el verdadero representante estaba esperando para cobrar. Se indignó con la historia, pero nada podía hacerse. Con ganas de salir ipso-facto de la Habana, me da la dirección de una casa particular en Viñales, ya recomendada por un amigo que recientemente también estuvo de visita. Dijo que les llamaba y me estarían esperando a la llegada. Tras pagar, me di cuenta que no iba a tener suficiente dinero para continuar viaje, y mi tarjeta de débito se había mostrado harto ineficaz en buena parte de los cajeros de la ciudad; por lo que pasé el resto de la tarde buscando un lugar donde poder sacar dinero, el único que encontré resulto ser el elegante Hotel Nacional. Sitio que preserva el lujo inusitado de la época de apogeo americano en la isla, y un oasis entre la necesidad circuncidante. La visita mereció la pena. Decidí acto seguido volver a la estación de autobuses para reservar el billete a Viñales al día siguiente. Abandoné mi plan de tomar el tren nocturno a Santiago, dada la gran distancia y las 14-18 horas de duración, debido a que el tren sólo dispone de una vía y en varios momentos coinciden trenes de ida y de vuelta. La perspectiva de perder tanto tiempo en transportes me echó para atrás. Comí algo y volví a la habitación, con un espectacular bajón del que, afortunadamente, pronto me recuperaría.
Al día siguiente, volví a correr al Malecón, esta vez en dirección contraria, hacia el residencial barrio de Miramar, donde se juntan embajadas con zonas residenciales de las clase política e intelectual. Sólo llegué al extrarradio, pero fue suficiente para apreciar una notable diferencia. Decidí aprovechar la mañana recorriendo la Zona Universitaria y Vedado, ambas a pie del hotel, antes de coger el anhelado autobús a “la campiña”. Vedado, con sus amplios bulevares, aún mantiene cierto aire de grandeza, perdido en la zona centro. La explosión de coches de época se hace patente en sus calles; Los recortados uniformes de colegialas, camisa blanca falda o pantalón ocre –homologados sin duda por algún viejo verde machista, por lo escaso de sus medidas-: dan color y sirven de perenne tentación para el turista entrado en años. El gobierno insiste en que en las escuelas todos los alumnos vayan iguales, pero alguien me comenta después que puede distinguirse la diferencia de ingresos por el calzado, sobre el que no hay regla alguna. El antiguo cementerio es monumental y la experiencia de entrar en una de sus tiendas estatales, con estantes para todo tipo de productos, pero completamente desabastecidas, es aterradora. El surtido en oferta capaz de quitarle a cualquiera el espíritu consumista para el resto de sus días.
Esa mañana converse con dos personas que parcialmente restauraron mi fe en la gente cubana: el primero, un barman del café-bar de una asociación cinematográfica (el cine es pasión en La Habana), llamado “Fresa y Chocolate” en homenaje a la película más popular que Cuba ha producido en toda su historia. Tras un par de “Bucaneros” (marca de cerveza local, no el famoso pastel infantil) me confirma que a pesar de los logros en educación y sanidad, la gente vive mal. Le tiro de la lengua preguntándole que qué creé que pasará en Cuba cuando Fidel fallezca. El barman es vago en su respuesta al principio. Le digo que parece que el gobierno tiene miedo a que América se abalance sobre la isla tan pronto como eso suceda, a juzgar por que las únicas campañas publicitarias que puede verse en las vallas y carteles de la ciudad tienen todas el denominador común de prevenir a la población contra las consecuencias de una potencial invasión Americana “te quitaran la sonrisa picara, la amistad de tus convecinos”. El barman dice que nadie dejaría que eso pasara; pero después empieza a contradecirse: “Hay mucho miedo a hablar, dice, pero la gente no está contenta; cada uno se tiene que buscar la vida como puede”. La gente manifiesta orgullo ante la Revolución y sus logros, pero es un discurso casi obligado socialmente”. Pero lo peor es que el Cubano no puede, aunque tenga dinero entrar en ningún hotel –únicamente los miembros de la elite intelectual y política- o disfrutar de las mejores playas y sitios de belleza natural en su país, cerradas a modo de ghetto exclusivo para el turista, no tanto con la intención de proteger a este último de posibles problemas con los locales, sino más bien de prevenir que los locales entren en contacto y conozcan a gentes que les pueden echar una mano para salir del país. Cruel apartheid que despeja de cualquier credibilidad al régimen que lo ha instalado. En realidad tantos años de privación de libertad y de una economía incapaz de autoabastecerse, castigada por un embargo internacional y por la caída de sus aliados comunistas paradójicamente ha transformado al país en una nación de pequeños rateros y mini mafias. En resumen, ha dejado a Cuba en fase germinal de precapitalismo. Resulta difícil creer que a nadie le importase perder la sonrisa pícara y los juegos del recreo si a cambio obtuviesen un nivel de confort material mínimo. Su alto nivel cultural sirve casi siempre para que el cubano sea aún más dolorosamente consciente de todo lo que carece y del precio que le han hecho pagar por décadas de idealismo a medias.
A la segunda persona que me anima un poco el día me la encuentro paseando por la Universidad de vuelta al hotel cuando me paro para fotografiar el patio de una de las facultades, rodeado de altas palmeras y con un bonito toque colonial. Un estudiante me para y me previene de que allí no se pueden tomar fotos. Me lo creo y comienza a reír. “Es broma”. Me pregunta de dónde soy y al responderle Madrid, me obsequia con la retahíla de los ciento y pico municipios de la Comunidad Madrileña recitados por orden alfabético, para mi asombro. Me dice que se ha especializado en Geografía Española, y en especial conoce perfectamente la madrileña. Lamentablemente, es hora de salir para la estación de autobuses, por lo que no puedo satisfacer su inmensa curiosidad por mucho rato. En el hotel me piden un taxi, y el conductor, un amable viejecillo, se confunde y se desvía de la ruta. Temiéndome otro timo y perder el autobús, me revoluciono un poco y el pobre taxista termina recibiendo una generosa ración de iras verbales, por las que poco después me disculpé, pues el hombre resulto ser genuino, y fueron los del hotel los que le dieron instrucciones incorrectas.
Aquejado de fatiga habanera, no veía el momento de que ese autobús saliera, me toca esperar y en la sala de espera veo a un mochilero francés, con pinta de jipilón, largo y extremadamente delgado; con barba medio crecida y sombrero de paja. Enseguida tramo conversación con él. Se llama Lionel y muestra la típica dejadez Caribeña infundida en parte por el calor y en parte por el regular uso de derivados del cáñamo, después me contaría que se fue a vivir a Martinico, huyendo de la invasión materialista que asola su país, para trabajar en una imprenta como responsable del diseño de las etiquetas de cervezas y bebidas alcohólicas locales. El viaje de tres horas por la autopista que atraviesa transversalmente la isla se hace bastante ameno, los paisajes y colores de la naturaleza tropical son de increíble belleza, junto a pequeñas y anticuadas aldeas, huertas y rudimentarias zonas agrarias, la impresión de sitio anclado en el tiempo, incluso a vista desde autopista, se refuerza por momentos. La carretera, tan llena de vida como el resto de Cuba, no destaca por sus atascos o su elevado tráfico sino por estar llena de gente esperando el irregular paso de las guaguas o de alguien que paré y les vaya acercando a su destino. Tras una parada en Pinar Del Rio, capital de provincia y último añadido a las rutas turísticas promovidas por el Estado, un tanto controvertido, pues a simple vista no parece gozar de encanto alguno, nos adentramos en una zona montañosa y densamente vegetada. Lionel, que conoce las plantas comunes en Martinica, me empieza a mostrar mangos, cocoteros y otro tipo de árboles y plantas locales. El paisaje ha tomado un dramático giro a lo “Parque Jurásico” y el paso de autopista a carretera local y de montaña añade un considerable factor de inquietud ante lo abrupto del camino. Aún así la belleza del lugar empieza a dejarnos con la boca abierta, pronto comenzamos a divisar a lo lejos los famosos “Mogotes”, impresionantes formaciones montañosas de roca caliza y curiosas formas cinceladas por la erosión que ciclones y temporales han ido provocando.
A la llegada Lucilo, el dueño de la casa particular nos espera. Buscamos casa cerca para Lionel entre la mini-multitud de ofertantes que esperan al autobús. La primera impresión es más que satisfactoria. Los establecimientos de la calle principal están pintados de vistosos tonos pasteles que le dan un curioso look. De camino a la casa, dos calles a la derecha en paralelo, la proliferación de ganado, pequeñas huertas y piezas de maquinarias en desuso nos da la bienvenida al pueblo de Viñales, situado en el centro de un precioso y fértil valle tropical. A la llegada, y como cortesía típica, una charla de varias horas “para conocernos” con el matrimonio de la casa Lucilo y su esposa Nirma. También me presentan a la abuela. Todo con amable cordialidad. Ambos trabajan de profesores en el pueblo, aunque tienen otras titulaciones. Lucilo es oceanógrafo. Nos ponemos un poco al día. Me empiezan a vender las diferentes ofertas turísticas del pueblo –a pesar de existir agencias, los caseros se llevan comisión por las actividades de los inquilinos, por lo que se convierten en menor o mayor manera en promotores secundarios-. Mi amigo Jorge ya me había puesto al corriente de dicha oferta: la excursión a Caballo, excelente; se puede alquilar un scooter y recorrer las inmediaciones, donde proliferan largas cuevas con formaciones de estalactitas; y, cogiendo un autobús por la mañana se llega a dos cayos privados: Cayo Juteco y Cayo Levisa, que sobre el papel son la viva representación de las ideas que hasta el mas exigente de los visitantes tiene sobre lo que debe de ser un paraíso tropical. Sin darle muchas vueltas a todo ello me voy a descansar un rato, la habitación es doble y muy superior en su acabado, baño y comodidad a la mucho más cara habitación del hotel anterior. Salgo a dar la primera vuelta de reconocimiento. El pueblo, cuya parte central esta a todas luces “adecentada” para dar buena impresión al visitante, tiene realmente encanto. Cada casa rinde tributo a la revolución con citas, frases, artesanías e incluso a altares a alguno de sus mártires, formando un homogéneo folklore local que lo conecta todo. El centro tiene dos bancos, una pequeña iglesia colonial, una galería de arte, bares y algún restaurante. Saliendo de la ruta adecentada, encuentro un campo de beisbol –deporte nacional, también herencia Americana- y, entre ganado y animales domésticos sueltos, atravesando calles de la arena mas roja que he visto en mi vida, pretendo acercarme a un Mogote suelto que parece estar a una distancia aceptable hasta que me encuentro con un barrizal imposible de cruzar que me hace desistir de mi empeño, justo a tiempo para volver a casa a cenar.
Para cenar me dejan solo en la mesa que da al jardín. La cena típica es tan simple como abundante: una sopa o entrante y un plato principal (hoy pollo, otros días sería pescado); una ensalada; arroz; papas y otros tubérculos típicos fritos. Todo ello en cantidad para alimentar al menos a dos personas. Con la panza llena, y ya entrada la noche salgo al centro para explorar “Viñales la nuit”. Enseguida diviso a Lionel y nos damos cuenta que, exceptuando a algún crío, aquí no se acosa al turista. Vemos, eso si, que el pueblo cuenta con varios y destartalados locales, medio vacíos y dos o tres sitios mas “upmarket” para turistas, donde sólo a una selección de gente cubana se le permite el paso, generalmente músicos, bailarines y “acompañantes” que dan imagen de estar pagados para sacar a bailar, entretener o sencillamente hacer que el foráneo suelte la cartera probando los licores de la tierra. La segregación de la que me hablaron se lleva mas discretamente aquí, pero también existe. El primero de los bares es más que agradable, con terraza exterior cubierta mirando a la calle principal, patio y excelentes actuaciones musicales “tradicionales” de combos locales. Se convertiría en nuestro sitio favorito por muchas razones, la principal, el mojito se sirve a razón de peso por unidad. Esa palpable barrera entre locales y turistas, exceptuando aquellos mencionados con especie de “permiso oficial de compañía” hará que exceptuando a nuestros respectivos caseros y a la gente de la excursión, no conozcamos a nadie del pueblo. Tampoco es momento álgido para el turismo, por lo que no hay mucho guiri por ahí con el que charlar. Tras varias rondas del excelente cocktail típico, decidimos probar suerte con el otro y mas popular sitio “La casa De la Música”, en cada localidad cubana debe de haber una donde, en teoría se reúne el talento local para agrado del visitante. Allí nos hacen pagar por la entrada y nos obsequian con una actuación salsera de no mucho nivel, para pasar a una sesión de video jockey con éxitos latinos, sobre todo mas reggaetón local, particularmente carente de atractivo. El sitio no nos convence y nos retiramos pronto, decidiendo que al día siguiente nos apuntamos a la excursión ecuestre. Con todo y con ello, la noche ha servido para despejar el estrés y el estado semiparanoide que la capital induce en casi todo primerizo en sus primeros días de visita.
El segundo día en Viñales fue sin duda uno de los momentos álgidos del viaje. La excursión ecuestre, a pesar del miedo inicial de jinete neófito, resulto tan divertida cómo inolvidable. Mis dudas iníciales sobre la viabilidad de emular a Curro Jiménez por las serranías cubanas se disiparon pronto. Nos vinieron a recoger a casa, y tras un paseo a la salida del pueblo, nos juntamos con dos chicas inglesas, típicas viajeras de clase media Británica con la arrogancia subida y la cortesía en stand-by. El paseo nos conduce frente a uno de esos mogotes que da a una extensa llanura cubierta de vegetación. El verde reinante contrasta con el rojo vivo de la arena, cubriéndolo todo de una vivaz intensidad cromática. Se presenta nuestro guía, Wilfredo, un guajiro (campesino) dichoso, corpulento, agreste y parlanchín. La excursión que recorrería todo el valle por colinas, montañas, campos de cultivo de todos los productos de la tierra –cocoteros, mangos, café, yuca, etc. y que duraría siete horas, comienza con nosotros acostumbrándonos a nuestros respectivos caballos y viceversa. Subiendo por las veredas de una ladera montañosa, comenzamos a disfrutar del increíble paisaje tropical. Las estrecheces del camino y la abundante floresta se alían con el temperamento de mi caballo, Caramelo, para cubrirme de arañazos y golpes contra las protuberantes ramas de los árboles colindantes. Poco después Caramelo comenzaría una rivalidad por la conquista de su compañero, montado por Lionel, junto a uno de los de las chicas británicas, lo que nos pondría a ambos varias veces en comprometidas situaciones, a punto de rompernos la crisma. Aún así, el panorama es magnífico, cuanto más alto subimos, más magnífica la vista del pueblo y los valles circundantes que dejamos atrás; por otra parte la diversidad natural roza lo increíble. En espacio de pocas horas la variedad de árboles, plantas, aves e insectos extraños que pudimos divisar dejaría en bragas al más selecto de los jardines botánicos.
Hacemos una premeditada pausa en la plantación de un campesino local, que amablemente nos explica cómo el proceso de siembra y elaboración de la planta del tabaco para convertirla en cigarrillos y puros y al que terminamos comprando un paquete de puros hechos por él mismo de innegable calidad. Las hojas maceradas en una mezcla de ron, lima y miel dan el aroma característico e intenso. Le interrogo un poco para conocer un poco como viven y pasa a explicarnos los logros en educación y sanidad del gobierno, con un entusiasmo de cartilla. Nos dice que en cada casa con niño hay un panel de energía solar que alimenta un PC; que el estado pone un profesor para cada niño impedido, no importa cuan alejado de la civilización está; que paga a los adultos por continuar su educación universitaria, de ahí que muchos cubanos posean varios títulos, etc. etc. Aún así mucha gente prefiere volver al campo después de estudiar. El que planta la tierra es libre de venderle la producción al gobierno o no, pero la falta de mercado hace que el gobierno sea el único que lo compra todo a la vez, eliminando cualquier posible competencia. El campesino posee un diez por ciento de sus cultivos para uso personal o para otro tipo de trueques y negocios, dejándole más margen para su subsistencia del que tienen la mayoría de otras profesiones. La retahíla es a todas luces sorprendente, aunque me hace sospechar que viene a modo de guión aprobado por el gobierno. Wilfredo, corroboraría mis sospechas, cuando más tarde entre bromas y comentarios sobre el físico de las británicas tan vulgares que avergonzarían al mas callejero de nuestros macarras, me contaba su visión de la situación nacional: “Cuba era una garrapata de los soviéticos y mientras aquello duró, aquí no faltaba de nada; pero en cuanto Rusia cayó, con ello se fue el abastecimiento y comenzaron las penurias”. “A la gente la convencieron con arengas: comunismo, comunismo, comunismo; pero los que en su día se fueron, ahora vienen como turistas y gozan de lo mejor de la Isla: hoteles, playas a los que a los cubanos no nos dejan ni acercarnos. Todo es una mierda y encima no te dejan ni decirlo. Todo son reuniones, asambleas, pero nadie puede salirse de la raya o hacer la más mínima crítica”.
La ruta se completa con parada en una de las muchas grutas típicas de la zona llena de formaciones cristalinas. La gruta carece de iluminación y la débil linterna de los guías apenas deja luz suficiente para evitar los golpetazos contra los salientes rocosos. Las paredes se estrechan una vez dentro hasta niveles cercanos a inducción claustrofóbica, afortunadamente se recorre en cinco minutos y enseguida estamos fuera. Tras siete horas volvemos al establo, después de saborear todo un día de emociones intensas. La lluvia comienza a hacer acto de presencia, consulto con Nirma y Lucilo sobre el pronóstico del tiempo para ver si al día siguiente puedo hacer la excursión a las paradisíacas y exclusivas playas de Cayo Levisa. Lucilo me intenta convencer de que no debo dejar que la lluvia me detenga, se nota bastante que cobra comisión por cada excursión que sus inquilinos firmen. Nirma intercede y dice que con tormenta sería mala idea. A modo de excusa me cuentan un poco mas cómo viven, las condiciones en las que se adjudican las licencias para tener casa particular y las cantidades bastante exorbitantes de dinero que tienen que pagar al gobierno mensualmente por el privilegio, tanto si tienen inquilinos como si no. Por la noche, volveremos a dedicarnos en cuerpo y alma al mojito con relajada devoción.
La mañana siguiente confirma nuestros miedos: la lluvia no ha cesado en toda la noche y el cielo indica que no tardará en continuar. Mis planes Caribeños se posponen y nos quedamos un día más en el pueblo. Lionel y yo decidimos pasar del resto de atracciones oficiales (el autobús que lleva a hacer un recorrido por las grutas; o la visita a los enigmáticos “Acuáticos”, especie de secta que vive en lo alto de un mogote y que curan todos sus males utilizando solo el agua de la zona. Los acuaticos suenan como un mal episodio de Expediente X o una visita a algún curandero de los que pueblan nuestra piel de toro, por lo que decidimos ahorrarnos la experiencia, en un intento de no seguir gastando dinero en cosas que no lo merecen). Nuestro plan por la mañana es andar la milla y media hasta otra de las atracciones locales: El Mural de la Prehistoria, un gigantesco mural pintado en roca, encargado por Fidel a un artista amigo suyo –nepotismo total- quien tardo diez años en completar su particular “Capilla Sixtina”. A medida que nos acercamos y la mancha de colores va desvelando sus dibujos y formas, no podemos contener la risa. Aquello no se justifica ni como pintura naif. Cualquier niño de diez años intentando pintar dinosaurios hubiera producido mejores resultados. La presión por sacar dinero del turista, lleva a que la ruta oficial esté a veces plagada de este tipo de timos, cuya función es que el visitante se quede más tiempo en la localidad. Nos acordamos de los acuáticos, y nos alegramos de no haber caído en lo que suena a otra “estampita”. A la vuelta, la lluvia ataca de nuevo, esta vez torrencialmente. Afortunadamente la sensación al caer es como la de darse una ducha templada. Nos empapamos antes de llegar al pueblo, donde volvemos a intentar refugiarnos en sitios locales: probamos las tiendas de comida en las que los locales pagan con pesos cubanos; pedimos una hamburguesa, que resulta ser una especie de pasta harinosa frita, sin el mas mínimo relleno nutritivo o cárnico apreciable y con un horrible sabor. El resto del menú promete ser incluso menos apetecible. Una y no más.
Por la tarde, me prestan un paraguas y aprovecho para dar otra ronda de reconocimiento por todo el pueblo: La guardería me llama la atención particularmente, por sus vistosos slogans “Lactar es amar”, fomentando que las madres den el pecho a sus hijos prolongadamente, para acortar el gasto en leche. La casa de la cultura, cuenta con una exposición de pintores locales; La escuela, la comisaría, todo parece estar en su correspondiente sitio como si de un pueblecito de cuento se tratase. Sigo con la exploración y me voy carretera arriba hacia el emplazamiento del hotel de lujo. Para estar curtido en el socialismo, el régimen de Fidel entiende perfectamente bien las decadentes y estrafalarias diferencias de clase que se dan cita en el mundo Occidental. El acceso esta prohibido, pero a su alrededor, en lo alto de una elevada colina, hay un paso entre los árboles que conduce a una de las vistas más impresionantes de todo el valle. Desde donde todas las fotos de los prospectos se han tomado. A pesar de lo nublado, la expedición merece la pena. Vuelvo al pueblo con la lluvia intensificándose e intento reservar un taxi para ir a Trinidad a la mañana siguiente. Si conseguimos juntar a cuatro, nos cuesta lo mismo que el autobús, con la ventaja de ir directos y sin hacer escala en La Habana. De momento no hay nadie más que lo haya solicitado. Dos horas después, con el nivel pluvial batiendo records, nos llamarían para confirmar que dos chicas francesas también quieren ir a Trinidad. Saldríamos al día siguiente, tras otra noche en los bares de mojitos, calados hasta el tuétano.
El viaje en taxi desde Viñales hasta Trinidad constituyo una aventura en sí mismo. Las cuatro horas estimadas se convirtieron en ocho. La primera hora y media atravesando carreteras comarcales encharcadas por las lluvias, con escasa visibilidad. La continua y súbita aparición de bicicletas, ganado, y otros obstáculos nos hicieron acordarnos de más de una oración para que el coche no corriera el mismo destino que otros vehículos cuya batería había fallado y se encontraban a merced del temporal inmovilizados en los laterales. El aguacero, confirmado como ciclón con la primera tormenta tropical del año, bautizada con el nombre de Barry, se prometía pertinaz y constante en la mayor parte de la isla durante los cinco días siguientes. Con la llegada a la autopista la cosa mejoró. Las hermanas francesas que nos acompañaban, Celine y Audre, comenzaron a sacar recopilaciones en CD con todo tipo de músicas del mundo, acordes para una aventura cubana. De Serge Gainsbourg a Manu Chao, pasando por el omnipresente Buena Vista Social Club y, a medio camino, el sol volvió a salir. Pasamos después por las inmediaciones de Cienfuegos; llegamos a las costas del sur y una hora después arribaríamos a nuestro destino, con las noticias de que el ciclón había inundado Viñales, causando cuantiosos daños. Salvados por los pelos.
Lionel y yo nos vamos a la casa con la que habían contactado Nirma y Lucilo. Audre y Celine se van por su cuenta, terminarían bajando a la playa aprovechando el rato de sol, sólo para descubrir que las lluvias han provocado una invasión de medusas (aguamalas) y ser atacadas por ellas. Nosotros nos acomodamos en una habitación doble con bonito patio para nuestro único disfrute, y tras la correspondiente ducha, salimos a conocer la ciudad. Trinidad es un precioso pueblo colonial español del siglo XVIII, intacto en la preservación de su arquitectura, con sus magnificas casas de impresionantes patios y tonos pasteles en sus fachadas. Su bien mantenido singular encanto, proclamado por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, convierte a Trinidad en tercera atracción turística más importante del país, tras el Caribe y La Habana. Situada en la ladera de una montaña que va a dar a la costa, goza de un emplazamiento privilegiado y preciosas vistas. Algunas callejuelas me traen a la memoria fotografías de Nueva Orleans, sobre todo por la orfebrería de ventanas y balcones. Calles empedradas, abundantes plazase , iglesias forman un pintoresco conjunto que invita a perderse por su urbanismo.
El nivel de acoso, supera con mucho al de Viñales, con una multitud callejera de vendedores de cigarros, promotores de paladares (restaurantes caseros), mendigos, etc. A la vuelta de una callejuela una chica negra nos hace señales desde su ventana: “venid, venid”…”¿quieres pasar un buen rato, mi amol?” me pregunta invitándome a pasar a su casa. Salgo huyendo de la generosa oferta. Entrada la noche, tras cenar en casa, descubriríamos la excelente escena musical de la localidad. Con varios sitios punteros entre los que destaca “La casa de la música” para artistas modernos, y “La Casa de la trova” para los mas apetecibles artistas tradicionales. En esta última pasaríamos la noche, con un numeroso plantel de bandas turnándose para actuar cada veinte minutos. Boleros y Buena Vista Social Club son las constantes del repertorio de casi todas ellas, pero su nivel es excelente. De entre los múltiples combos y artistas que presenciamos, destaca una antipática bolerista llamada Bárbara. A modo de prima pobre de Omara Portuondo, vestida de odalisca con túnica de lentejuelas azul turquesa, cubriéndole la cabeza, terminada en esa especie de coletillas de cuencas de cristal, que adornaban el look de, entre otros, Stevie Wonder en la mejor parte de su carrera. Su toque de glamour desfasado hubiera monopolizado todas mis simpatías de no haber sido por sus aires de diva; su desprecio a nuestra mesa al saber que era Español para posteriormente, viendo que la gente de otras nacionalidades no parecían especialmente generosos con una cantante de su calibre, terminar intentando que le pagáramos nosotros las copas. Cuando le digo que le acabamos de dar un peso como propina, me contesta que ese peso es para comer mañana y que si yo no quiero invitar a una bebida para refrescar a la artista, los belgas lo harán. Le cedo gustoso el honor a los oriundos del Benelux hacia los que Barbara emigra en desbandada, con similares resultados. Un poco de simpatía, hubiera hecho milagros. Cerramos la Casa de la trova y a las dos, no parece haber ningún otro sitio abierto.
A la mañana siguiente, la tormenta Barry parece habernos alcanzado de nuevo, cuando nos levantamos al sonido del estruendoso caer de la lluvia. Ante estas circunstancias la posibilidad de explorar los montes circundantes, ir a la playa o cualquiera de las otras opciones queda inmediatamente descartada. Sólo torcer la esquina para ir a la Plaza Central a utilizar internet y hacer llamadas internacionales se convierte en un reto, al haberse transformado las calles en rápidos torrentes. Una vez calados hasta las rodillas, nos envalentonamos y seguimos recorriendo el resto del pueblo. Al fondo de las cuestas, un eficaz sistema de alcantarillado recoge toda el agua de la lluvia. Pero el luchar contra los elementos es cansado, y tras un par de horas volvemos a la Casa de la trova, sorprendentemente abierta desde por la mañana y con un par de bandas ya actuando. La Primera, basada en músicos de viento y armonías vocales sesenteras (recordaban a los Zafiros pero sin voz femenina). La segunda, el equivalente cubano a Mamas and the papas, con lo que parecían dos amas de casa contándole a sus maridos sus avatares sentimentales. Muy entretenido.
Celine y Audre reaparecen y con ellas, gracias a una tregua entre chaparrones, nos vamos a explorar la parte alta del pueblo: un apartado hotel de lujo que incluye club-discoteca en una especie de cueva; las ruinas de una iglesia y un grupo de casas dejadas de la mano de Dios que indican que nos hemos salido de la ruta monumental. La diferencia con la placidez del centro histórico es abismal, curioseando por los alrededores escuchamos el sonido de instrumentos de percusión primero, y voces cantando algún tipo de himno espiritual después. Nuestra curiosidad nos lleva a merodear hasta encontrar el origen. La música proviene del patio de una rudimentaria casa de piedra, mirando a través de las verjas, distinguimos a un grupo de músicos y varios bailarines. La intensidad del ritmo y lo extraño de las voces nos hace pensar que estamos presenciando los inicios de algún tipo de ritual religioso santero. Pronto un niño de apenas cinco años sale a nuestro encuentro y nos invita a pasar. Cuando terminan el tema que están interpretando los músicos se presentan. Son un grupo de instrumentistas y bailarines que investigan en el folklore afro-caribeño, bastante diferente de los ritmos derivados de la salsa más característicos en Cuba. Se llaman “Cuba Haití”, originales de Holguín, y están ensayando un espectáculo con el que debutan al día siguiente en un hotel de la costa. El líder, nos dice que compremos una botella de ron y montemos fiesta. Enviamos a uno de los niños de la comuna a por ella y así pasamos un buen rato admirando su talento. Terminamos todos bailando ritmos espirituales increíblemente hipnóticos. La tarde continúa con un improvisado campeonato de Dominó en la casa. El dominó es otra pasión autóctona. El cubano cuenta con más fichas que el nuestro, pero la mecánica del juego es la misma. Entre todos juntamos un grupo numeroso de unas 16 personas. El que gana se queda en la mesa compitiendo con tres nuevos oponentes. La fortuna me sonríe y les venzo a todos, con lo que al final del juego me he ganado el respeto y casi la admiración de hasta los más reticentes.
Volvemos a la casa para cenar y quedamos con ellos en las escaleras de la plaza de la iglesia, donde pretenden actuar también improvisadamente por la noche. Lamentablemente Barry ataca de nuevo con sus intensas lluvias, haciendo imposible cualquier actividad al aire libre. La casa de la trova vuelve a servir de refugio, aunque ya nos conocemos a todo el plantel de artistas. La entrada cuesta un peso por cabeza, entre los cuatro intentamos recolectar suficiente para pagarle la entrada a todo el grupo, a cambio se nos ofrecen como compañeros de baile para enseñarnos a movernos a lo cubano sin que se nos caiga la cara de vergüenza. La noche pasa rápida y a las dos el garito cierra. La troupe Cuba Haití se ofrecen a llevarnos hasta el único club abierto hasta la madrugada, donde todos los turistas que se encuentran en Trinidad parecen haber sido guiados por sus correspondientes acompañantes oriundos. En el camino, volvemos a calarnos hasta los huesos. El club es un sótano, oscuro cerrado y sin ventilación, donde el reggaetón y algún disco de música de baile extranjero forman la banda sonora. Allí los del espectáculo se dividen entre nosotros, para seguir con el baile. Entre el alcohol y el buen rollete, termino perreando salvajemente con dos de las mulatas bailarinas. El suelo esta resbaladizo y me caigo más de una vez. En resumen, la noche más festiva de todas las que pasé en Cuba.
A las cuatro y media, y a pesar del ruido de truenos y lluvia intensa que llega desde fuera, decidimos marcharnos tras intercambiar direcciones y efusivas despedidas. A la mañana siguiente tenemos que levantarnos temprano. Yo vuelvo para La Habana y Lionel se va para Santiago. La vuelta a casa, a tan solo tres calles y cinco minutos de distancia, se convierte en otra lucha contra los elementos durante más de media hora. El caudal de agua de lluvia que baja por las empinadas cuestas hace casi imposible el cruzar y no hay apenas luz para ver por donde pisamos. Relegados a las minúsculas aceras, vamos a paso de tortuga para evitar tropezar y ser arrastrados por el agua.
Cuatro horas más tarde nos levantamos y salgo volando para la estación de autobuses, donde se nos comunica que las aguas han derrumbado uno de los puentes de la ruta, haciendo imposible el paso de autobuses, camiones y demás vehículos de gran tonelaje. Lo que en principio parece otro escenario de pesadilla, se soluciona de modo ventajoso cuando a los turistas se nos agrupa en taxis (mini-furgonetas bastante cómodas) y se nos lleva por un camino alternativo por el que se ahorran varias horas de trayecto. Mis compañeros de viaje son un grupo perteneciente a esa jet-set de jóvenes trotamundos internacionales a los que Alex Garland retrataba bien en su libro “La Playa”, de familia pudiente, para los que el mundo se convierte en un gran parque de atracciones. Su simpatía es un tanto forzada y parecen haberse conocido ya la noche anterior. No logro conectar con su intercambio de batallas en países del tercer mundo y comentarios sobre los más avanzados gadgets a disposición del viajero moderno. Hecho de menos la espontaneidad, sencillez y alegría de la panda del día anterior. A lo largo del camino pueden verse los estragos que las lluvias han dejado a su paso. Plantaciones totalmente inundadas o transformadas en un barrizal de limo, que sin embargo no están exentas de belleza. Al llegar a La Habana, quedamos en encontrarnos en el Callejón de Hamel, donde los domingos se reúnen al mediodía los intérpretes de Rumba. Para mi consuelo, y a pesar de mis reparos sobre volver a estar solo en la ciudad, no aparecerían.
Los cinco días de anunciado temporal parecen haber concluido y el retorno a La Habana se produce bajo un sol de justicia. Un poco tarde para aprovechar e ir a las playas del Este, decido sin embargo visitar la piscina de mi hotel, nada más instalarme. El Deauville, situado al pie del malecón y descrito por los locales como hotel de pata caída, es un decadente edificio, cuya fachada parece caerse a cachos. Tuvo que ser importante en su día y conserva una sombra de lo que fué en los servicios que ofrece (amplias suites, restaurantes, club, banco y la ya mencionada piscina en el piso sexto con estupendas vistas a gran parte de la ciudad, que en su globalidad confirma la impresión de ciudad fantasma, derruida o afectada por algún tipo de cataclismo). Actualmente recoge a turistas jóvenes gracias a sus ofertas a través de internet. Lionel me dio el soplo de que había reservado la habitación por dos noches a un precio irrisorio.
La piscina, a la que dejan entrar a gente cubana, previo pago y sospechoso escrutinio, no es gran cosa. Pero solo por ver el look del cubano medio al sol merece la pena la experiencia: las féminas lucen mini bikinis translucidos y los caballeros taparrabos de estampados “nobles” (el guepardo, la cebra y el jaguar son los motivos más comunes). Un verdadero escaparate de todo lo que los españoles rechazamos como vulgar y chabacano, tras años de estar expuestos al hermanamiento cultural y estético con el que el inolvidable show “300 millones” nos obsequiaba cada semana, produciendo mas rechazo que acercamiento. Tras el chapuzón me siento preparado para dar a La Habana histórica la segunda oportunidad que sin duda merece. Me dirijo al Callejón de Hamel, bonito emplazamiento decorado con murales y esculturas de ese gurú del arte contemporáneo cubano llamado Sebastian. La suerte no me acompaña y llego justo al final de la reunión rumbera dominical. Buen ambiente y buena atmósfera, pero en cuanto me ven sólo y armado con cámara, el acoso comienza en forma de rastafarí interrogante. Al decirle que trabajo en música se ofrece a presentarme “al jefe” de todo aquello. El jefe parece pasar de él y al ver que eso no funciona, pasa a presentarme a su explosiva “sobrina”. Por el honor de la introducción debo pagarles en mojitos a ambos. La voracidad de tío y sobrina, unido a la falta del reclamo musical me echan para atrás y salgo corriendo. Una pintoresca pareja de mujeres maduras arrastra un carro transportando dos vistosos y gigantescos pasteles decorados con merengues azules y blancos, el sol de justicia y la contaminación de los tubos de escape en la calle me hacen dudar del estado en que las tartas llegarán a su destino. Les pido permiso para fotografiarlas y se niegan en rotundo. Eso me pasa por ser educado.
Vuelvo al centro y hago parada en el paseo del Prado, larga avenida en cuyos lados se encuentran varias asociaciones representantes de otras culturas (Árabe, Judía) y, curiosamente, de varias regiones Españolas. Paro para preparar la cámara y un viejecillo viene a preguntarme por mi procedencia y demás. El hombre es tan afable como curioso; se asombra cuando le cuento la historia del timo, con la que obsequio ya a todo aquel que se me aproxima para dejar claro que no estoy dispuesto a repetir la misma suerte de nuevo. Continúo el recorrido entrando en el extraordinario edificio Bacardí, que mantiene intacto su esplendor modernista. Dispone de visita guiada que consiste en subida a la torre, donde se ven más excelentes vistas de parte histórica Bahía, además de un extraordinario cocktail/lounge bar en el que evito tomar nada, temiéndome la clavada. Me adentro en la zona antigua pasando por los bares que Hemingway frecuentaba: La Bodeguita de Medio para tomar mojitos y El Floridita para los daiquiris. Ambos dan señales inequívocas de ser trampas turísticas, y a pesar de que la lección aprendida hasta la fecha es de que en Cuba es mucho mejor ceñirse al sendero turístico, mi natural instinto independiente aún se rebela al respecto.
El hambre apremia y pretendo darme un homenaje visitando el paladar más famoso de la ciudad. Los paladares son a los restaurantes oficiales lo que las casas particulares son a los hoteles, una alternativa en teoría más barata a la restauración tradicional, que se lleva a cabo en el salón de alguna casa privada. Me adentro de nuevo en el Barrio centro para visitar el paladar donde se rodaron escenas de “Fresa y Chocolate”. Situado en el segundo piso de un bloque de edificios tan amplio como destartalado, tengo suerte y pese a ir sólo y sin previa reserva, les queda una pequeña mesa vacía y me dicen que pase. Decoración bohemia con posters de exposiciones, memorabilia de la película y objetos de arte, las varias habitaciones de las que dispone están invadidas por un grupo de ruidosos americanos. El servicio se muestra harto antipático cuando digo que no quiero entrante y paso sólo a tomar un plato principal. Me sirven un mero excelente y minuciosamente presentado. La buena calidad me anima a pedir la especialidad de la casa como postre, un exquisito dulce de leche servido junto a tres tipos de crema de chocolate, que me hacen olvidarme de lo arisco del servicio.
Animado por la buena experiencia culinaria, salgo a buscar algún sitio de marcha, sabiendo que el hecho de que es Domingo no supone particular inconveniente. De entre los recomendados por las guías me dirijo a un bar que durante el día pertenece a la casa de Asturias, pero de noche se convierte en refugio de “modernidad”. No tardo en acercarme cuando otro jinetero se me abalanza. Este resulta especialmente pesado e insiste en llevarme al mejor club de la ciudad. Yo intento sin éxito ignorarle, hasta que pasa a métodos más agresivos, pidiéndome dinero. La rabia acumulada de malas experiencias esta a punto de desatarse. El hecho de estar al lado de mi hotel, me hace contenerme y me largo a mi habitación. Mi paciencia se ha agotado y con ella mis ganas de juerga nocturna.
A la mañana siguiente vuelvo a la Habana vieja con ánimo de merodear hasta por el ultimo de sus rincones. Sus calles, llenas de vida, de historia y de pintoresca belleza me sorprenden a cada paso. En cada esquina una plaza nueva, más bonita que la anterior: La de Armas, la de la Catedral, las correspondientes a distintas iglesias, los incontables museos, parques, las terrazas de sus cafés. Todo forma un impresionante conjunto, que invita al paseo y la reflexión. Tras una primera expedición, vuelvo para visitar El castillo de San Salvador de La Punta, que resulta estar cerrado. Me doy cuenta de que es lunes y museos y demás edificios monumentales cierran al público. Cambio de planes: envalentonado por la escasa presencia de nubes en el cielo y por mi deseo de, al menos, experimentar por un día el publicitado frescor salvaje de las playas del Caribe, me lío la toalla a la cabeza y me voy para las playas del Este.
Las playas del este son las playas que el gobierno ha designado como públicas, mientras que las más espectaculares de Varadero fueron convertidas en ghetto turístico. Son seis diferentes que se alternan una con otra en un continuo de litoral extendido a lo largo de unas ocho millas. Cuando el taxista me pregunta a cual voy, me decido por la de Santa…. María del Mar en la mitad, con el propósito de recorrerme al menos unas cuantas andando. El taxista me avisa de que habrá poca gente en la playa, solo algún turista porque es temporada baja y día laborable. Me deja en un chiringuito con restaurante, del que sacará comisión por lo que consuma y convenimos una hora a la que pasará a recogerme. El sitio en cuestión es pequeño, consta de algunas instalaciones (sombrillas, camillas, y en teoría un desaparecido socorrista y alguien encargado del alquiler de todo tipo de equipos acuáticos)y esta casi vacío. El mar, sin embargo, no decepciona, tres tonalidades de azul intenso, oscuro, turquesa y verdoso se entremezclan en el horizonte. Comienzo el recorrido, la siguiente playa es “Mi Cayito”, supuestamente dedicada al mundo gay, igualmente desierta excepto por una despistada pareja de maduros alemanes y algún jinetero local pululando alrededor. En la siguiente, Boca Ciega, están rodando un spot publicitario con inesperada custodia policial, que me desvía del camino para no interferir en el rodaje. Curiosamente, la ultima playa, Guanabo, donde ya no hay hoteles ni resorte turístico alguno, esta flanqueada por casas derruidas y palmeras caídas, mas cercana a una zona de posguerra que al esplendor tropical de los folletos, es la mas frecuentada por la gente local. No es de extrañar el desprecio de muchos hacia quienes vienen de visita y tienen acceso a lo mejor de su entorno.
A la vuelta, comienza a chispear, mis ambiciones caribeñas parecen a punto de truncarse de nuevo. La hora y media de sol, sin embargo, ha sido suficiente para quemarme ligeramente pies y piernas hasta la rodilla, el mar ha desprovisto de factor de protección máxima tras el tímido chapoteo. Para evitar una calcinación total, cojo una sombrilla y camilla, poco después pasara el cuidador que me cobra dos pesos por cada. Veo que el constante acoso y derribo al turista sigue presente. Aún así investigo las posibilidades de hacer snorkeling. A la media hora, el cuidador me trae las aletas. No encuentra ninguna de mi número, pero me dice que pruebe un par del siguiente y que me meta en el agua andando de espalda. Mi torpeza alcanza niveles colosales, y antes de abandonar, pregunto si la zona tiene algún tipo de coral. Me dice que si me meto en el agua, a unos 500 metros de la playa se pueden ver peces, ante las risas de la concurrencia. Le digo que cuanto cubre y me dice que unos cuatro metros de profundidad. Eso, y el hecho de que el mar esta revuelto me convence definitivamente de no estar en el más seguro de los sitios para realizar mi primera experiencia submarinista. Me doy un baño, jugueteo un poco con las olas, y el cielo comienza a colorearse de gris oscuro. En ese momento, han llegado un grupo de “señores latinos entrados en años y kilos” imposiblemente rodeados de adolescentes bellezas locales. La imagen del grupo, da cuando menos un poco de grima.
Entro al chiringuito, que se encuentra a unos metros de la playa, para tirar la casa por la ventana y ver que se ofrece para comer. El menú mezcla prácticamente los mismos ingredientes que he visto en todos los demás sitios: grill de carne; pescados “genéricos”, camarones y Langosta. Decido darme un homenaje y pedir la parrillada de pescados y mariscos. Mientras espero que me la sirvan, el cuidador de la playa se asoma y me dice que he perdido la toalla, que un chico ha pasado por allí diciendo que se la había regalado y se la ha llevado. Decido ignorarlo. Poco después, nada mas comenzar a comer la poco espectacular parrillada, un taxista llega al local. Trae una maleta, sin duda robada. En ese momento se congregan tanto comensales, empleados del restaurante, el policía que patrulla la playa y hasta un par de perros merodeando. Al grito de trae la llave maestra y sin preocuparles lo más mínimo mi presencia, fuerzan la abultada maleta y comienzan a repartirse el botín con especial atención a la ropa femenina, la bisutería y los productos de higiene. Ocultando mi consternación ante la presencia de tanto amigo de lo ajeno, intento comportarme de modo discreto. Termino mi plato. Pago y me vuelvo a la playa. La toalla sigue, milagrosamente, allí y el cuidador vuelve a acercarse para prevenirme que no deje nada sin vigilar, que le avise para que lo cuide. Que el quiere mucho a la gente cubana, pero el cubano es como es.…Me meto al mar para nadar un poco y salir de mi asombro, pero el irregular calabobos se convierte media hora mas tarde en espectacular tormenta eléctrica, ante la cual nos obligan a salir del agua. El tenderete se cierra justo momentos antes de que muy oportunamente llegue el taxi a recogerme. Mi experiencia caribeña resultó tan breve como intensa.
En el camino de vuelta el conductor me pide por favor si me importa que pasemos por Cojimar para recoger a su madre, a la que tiene que llevar al aeropuerto. Como el precio está fijado de antemano y conociendo la dificultad del transporte local, digo que no hay problema, no sin cierto recelo a que esté maquinando algún otro tipo de timo o desplume final. La mamá está preparada y en agradecimiento, teniendo en cuenta que estamos en el pueblo donde Hemingway solía veranear se ofrece a llevarme al restaurante local para mostrarme otra de las mecas que atraen a los que vienen recorriendo la ruta del clásico escritor, oferta que rechazo amablemente, mientras la lluvia vuelve por sus fueros.
Me cambio rápidamente y como no tengo hambre, aprovecho y me voy al cine de enfrente del Capitolio. La Habana es un lugar tradicionalmente cinéfilo. Una pasión que ni la falta de recursos, ni lo apretado de sus cinturones ha podido eliminar. El mercado de copias caseras de video (e incluso DVD) constituye casí una economía paralela y el número de salas es notable. La mayoría muestran cine español o latinoamericano; o bien clásicos americanos con cuyas copias no se sabe muy bien como se agencian (En el minicine de Viñales, proyectaban un especial Tom Cruise con dos de sus Misiones Imposibles y Top Gun). La película que ponen, “La noche de los inocentes” es uno de los mas recientes lanzamientos nacionales, está interpretada por Jorge Perugorria –protagonista de la ya mencionada anteriormente “Fresa y Chocolate”- y dirigida por Arturo Soto. El filme, una mezcla de thriller policiaco con comedia de enredo, sigue la investigación de un joven que entra en un hospital vestido de mujer tras haber sido violentamente atacado y resulta más que grato. La experiencia de ir al cine en La Habana también lo es.
Con el apetito de nuevo golpeando, decido ir a cenar a Chinatown. Un curioso mini-barrio dedicado a la comunidad china, apoyado por el Gobierno como símbolo de las buenas relaciones cubanas con el Gobierno de Pekin. Los neones y luces reproducen fielmente dragones y similares estereotipos chinos y constituyen un extraño oasis en el centro de la ciudad. En cuanto pongo pie en su calle central, los promotores de sus siete u ocho restaurantes se me echan encima. Decido, sin embargo salirme de lo tópico y visitar la asociación cultural Cheng Shan, justo a la vuelta, en un sobrio edificio desprovisto de motivos chillones, y que ofrece como atractivo adicional el poder elegir entre cocina local, china y criolla. El simpático servicio se sorprende de que me decida a probar la famosa “ropa vieja”, especie de tiras de ternera estofadas, o cocinadas con pimiento y otros vegetales. La espera es larga, y amenizada por dos de los camareros que me preguntan de que parte de España son y me cuentan que tienen familiares aquí. Uno en las Canarias y otro en Galicia. Ambos esperan que con la ayuda de sus emigrados parientes, puedan iniciar el proceso de varios años para poder abandonar la isla. La porción es generosa y me alegro de probar otra especialidad. La cena termina tarde y me vuelvo al hotel sin ganas de más agobio.
Le llega el turno mi última jornada. Como mi avión no sale hasta las diez de la noche, dispongo de todo el día para recorrer lo que me falta. Comienzo intentando de nuevo la fortaleza castillo que, desafortunadamente sigue cerrada al público por motivos nada claros. Sin perder un minuto me voy para el museo de Arte Contemporáneo, con una excelente colección de desconocidos pintores locales, cubriendo el espectro de todas las vanguardias. Ningún movimiento artístico desde mediados del siglo XIX queda sin representación, lo que denota el alto nivel cultural, promovido por las burguesías comerciales de la ciudad. Los pintores más recientes, desde los sesenta, mezclan elementos pop con una clara tendencia política. El régimen se ha instalado como patrón y filtro de la cultura. Aún así algunos trabajos son más que peculiares, y nada conocidos fuera de las fronteras cubanas. El museo es extensivo, y tardo dos horas en recorrerlo. Dudo si entrar al museo de la Revolución, pero es la hora de comer y hay otros igualmente interesantes que visitar.
Tras el refrigerio, dedico un rato a gastar los escasos pesos que me quedan en algún producto local. Como el resto de productos disponibles, los souvenirs a disposición del viajero no son muy apetecibles: arte local, instrumentos musicales que se caen a cachos; juegos de domino típicos de la isla; sombreros guajiros… Compro café; unas maracas para la oficina y otras para mí. El apretado momento compras se complica al intentar conseguir algún motivo religioso cristiano para colección “Immaculate Internacional” que mi madre debe de estar montando gracias a los recuerdos con que le obsequio después de cada viaje. Resulta más dificultoso de lo que podría esperarse. ¿El anticlericalismo típico comunista, quizás? Una típica virgen del plomo aparece en las estanterías de una tienda .Y cuando al final la consigo, me queda una hora escasa antes de que cierren los museos.
Me apresuro a visitar el de la ciudad, esperando que reflejase su fascinante historia. Mis expectativas no se ven del todo cumplidas, ya que se trata de un antiguo palacio gubernamental español, y su mayor atractivo son los muebles, tapices y habitaciones palaciegas, junto con una colección de medios de transporte antiguos. El museo esta prácticamente vacio. Sólo yo junto a las decenas de guardesas del edificio, que aparecen sentadas, abanicándose, presas de la desidia y del síndrome de última hora de curro. Mi llegada, sin embargo, parece sacarles del letargo para representar lo que bien pudiera haber sido el rodaje de un anuncio de desodorantes Lynx. Sin el menor pudor, primero una a una y después en banda, se abalanzan sobre mi para indagar de donde vengo primero y comenzar un exagerado coqueteo que roza lo bochornoso. “¿No tendrá usted un caramelito?, me pregunta una rubia madurita, mientras se desabrocha un botón de la blusa de su uniforme con una mano y se atusa el pelo con otra, “es que con este calor, se le pierden a una los papeles”; Su compañera me señala un carruaje, “Es regalo del rey Juan Carlos para agradecernos lo bien que aquí tratamos a los españoles”. Una a una, cada encargada de vigilar cada sala parece tener preparada una coletilla para entablar conversación, “Cerramos en diez minutos” me dice otra, “¿que piensa hacer esta noche?” Entre halagado y asediado, confieso que me queda una hora escasa en la ciudad. Salgo corriendo del museo, antes de que la feroz competencia entre las jaquetonas termine con mi bien preservada integridad física. Aprovecho, ya cansado, para dedicar mi última hora a callejear.
El taxista que me lleva al aeropuerto resulta honesto. Me cuenta las luchas y peripecias de su familia, mientras indago como es la vida de un taxista en La Habana. Al llegar, una última picia espera en el aeropuerto al visitante despistado, donde hay que pagar una tasa de salida de 25 pesos. Cojo el avión con ganas y aprovecho para dormir más o menos cómodamente durante la mayoría del viaje. Tanto altibajo pasaba factura.
Pocos días después de mi vuelta a Londres, el viaje seguía fresco y produciendo efectos secundarios, al descubrir que en alguno de los dos sitios donde cambié alguien había robado los detalles de mi tarjeta y se había dedicado a una orgía de compras por internet. La aseguradora de Visa parece funcionar bien y acaban de reembolsarme todo el importe de las varias transacciones efectuadas. Es el colofón agridulce a un viaje plagado de sensaciones fuertes. ¿Volvería a Cuba? Por más que me quedé con las ganas de visitar Santiago, Baracoa y toda la zona Oriental de la isla, me lo pensaría más de dos veces. Será cuando menos curioso ver que acontece en este maltratado país cuando Fidel fallezca. Hasta entonces, cuando una democracia bien instalada sea realidad, mi vuelta a Cuba puede esperar.
Entre el agotamiento y el asombro!!!………
Hola, me he divertido mucho con todo tu relato, hace poco viaje por primera vez a Cuba y me encontre muy identificado con tu sentir. Gracias por hacerme pasar tan buen rato con todo lo que escribiste. Recordar es volver a vivir.
Muchas gracias, hombre.
Me alegro que te trajera recuerdos…Y espero que tu viaje no fuera tan dramático como el mio. 🙂
Jope, son las cinco de la mañana y yo sin dormir !!, me ha encantado tu relato, yo viajo con mi pareja dentro de poco a Cuba, espero tener mas suerte que tu, por lo menos estamos advertidos de muchas cosas y viéndolo de tu perspectiva quizás, ahora, saquemos mas de provecho.
Enhorabuena por el contenido. Quique.
Gracias. Que lo paseis bien.
EXCELENTE!….increible!
el rege es muy bueno para bilar sexi y moverte libre mente
Excelente artículo! Me sirvió muchísimo, muchas gracias. Si te interesa, yo tengo un sitio web con mucha información sobre el Cabello Lacio.
Divertido relato. Más o menos con la colección de anecdotas que puedes encontrarte en cualquier viaje a Latinoamerica o Africa. El contraste no resiste con nuestro mundo confortable y civilizado de España, Francia o Inglaterra.
Volverás a Cuba, cuando exista una Democracia bien instalada…Y habria que añadir en la que los ricos inversores se o politicos corruptos se apoderen de la Isla…. ¿Porque donde están las democracias bien instaladas en México, en Colombia, en Bolivia o Ecuador…No hay allí pobres, y gentes desahuciadas?.
Jajajaja…como me divierto con los comentarios, sobre todo el del “Latino”. De verdad crees que existe un mundo confortable y civilizado en Espana??? jajajaja…de ser así no hubieran tantos espanoles viviendo en Cuba, !COMO CUBANOS! Mira, soy cubana y tuve la desgracia de permanecer en Espana, Andalucia 5 meses, por motivos personales, y rezando cada día porque acabara mi estancia allí. Con toda la pobreza y falta de democracia que dices que hay en Cuba, los cubanos somos como personas FELICES, y si bien el gobierno no da muchas libertades, si tenemos libertad de mente, que es algo que en Espana no existe. A mi entender, espana debería estar fuera de la union europea ! SOLO PARA ESPANOLES!, creo que precisamente en su territorio comienza Africa. Donde los hombres son machistas, de mentalidad muy cerrada, y todos muy envidiosos, además. Los extranjeros que viven en el país no se mezclan con los espanoles, los detestan, y no solo ellos, TODA EUROPA! curioso eh? por si fuera poco, siempre les estan tirando a los pobres emigrantes que lo que hacen es fregar suelos y cuidar a los ancianos, los propios padres de los orgullosos hijos ESPANOLES que cuando se ponen viejos no los quieren. Lo que esta sufriendo espana con los emigrantes ahora no es más que el KARMA, que regresa despues de tantos anos de colonizacion y asesinatos en latinoamerica. Buen legado han dejado allá, que todos los paises que espana colonizo son los mas pobres del mundo, vaya absurda mentalidad tercermundista que fueron a implantar a America.
Reflexiona bien, antes de comparar un pais tercermundista como espana con Inglaterra, que sabes de política y economía? te digo más, que sabes de Cuba y de la propia espana? Que sabes de democracia?
Y en cuanto al interesante relato del amigo Robert. Si volverás a Cuba, claro que si, porque sus personas son magnificas, y ladrones hay en cualquier sitio del mundo. Generalmente a las personas que les roban tarjetas de crédito y pasta, es por que andan en no muy buenos pasos. Haces alusión a una negrita que te ofrece sexo y sales corriendo de la oferta. Pero el 80 % de la poblacion cubana es blanca, por lo que te puedes encontrar una amplia gama de colores allá que ofrece sexo a tarifas muy baratas. No cuentas nada de tus peripecias sexuales. A eso van muchos extranjeros allá, con el cuento del millón a follar jovencitas.
Si cuando tengas 40, estás divorciado, medio que en banca rota, frustrado y eres espanol, definitivamente volverás a Cuba, serás otro gilipollas abusador más que va a ese maravilloso país a hacer lo que despues se encargará de bociferar como degradante.
Mis saludos,
X
hace pco viaje a cuba y en verdad que nop me paso nada de lo que comentas, salvo el asedio de varios cubanos tratandod e servir comko mis guis, pero como buen mexicano los mande a volar, las chicas no dejaband e asediarnos a mi hermano y ami, ya sabes te ven bien vestido y pidiendo un buen vion de contrabando creo yo con valor de 100 cuc, ya sabras la reaccion que provocas, las playas del este con un buend egente de la misma cviudad pero todo trankilo, sabes pienso que tuviste mala suerte en tu experiencia, yo no me tope con ttanta gente tan m,al intencionada como a ti te sucedio, al contrario, desde un principio el taxista nos trato de lujo, no nos cobro nada de mas, todos los pre4cios estaban acordados y nos coemnto de lugares a visitar sin corre todos eso peligros a los que haces referencias, loque si te puedo decir es que un dia estaban sobre el monumento antiimperialista unas orquesta de salsa ya eran como las 4 de la madrugada y yo hiba de regresoa mi hotel el melia habana, en la zona de miramar4 bastante borracho y nadie se me acerco para nada, traia un relog de buena marca y mas o menos el equivalente a 25 mil pesos mexicanos, y gracias dios no paso nada, que si regresaria acuba, de una y sin pensaarlo, sus museos, sus paisajes, sus calles, sus construcciones tan constrastantes y todo lo que alberga la bella ciudad de verdad que la volveria a visitar, de hecho enj unos mese si dios me presta vida espero estar de nuevo por alla. quizas lo tuyo fue mala suerte, x cierto fui en agosto del 2010 por el plazo de 20 dias y fueron maravillosos, lo que si dejo mucho que desear fue la comida, salvo la langosta todo lo demas parecia sacado de un cuento o de las sobras de algun otro lado,
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